BEBIENDO ESPERO...

Mientras llega el premio, sigo haciendo cosas, no todas me enorgullecen, pero ...


CONFIESO QUE HE VIVIDO BEBIDO O POR QUÉ LA CERVEZA ARTESANA ARRUINÓ MI VIDA.

Ayer quedé con unos amigos al salir del trabajo y nos fuimos a tomar algo.
Llegamos al primer sitio y todo bien. Tenían La Sagra, una cerveza que en la mayor parte de las ocasiones está buena, acompañada por una tapa correcta, los niños ajenos en una mesa aparte… el marco adecuado para un hípster que ya no volverá a cumplir los 40.

Pero el infortunio se cruzó en mi camino y alguien de los convocados hizo nostalgia y recordó que un bar celebraba sus 40 años con el mismo camarero al frente. Cuatro décadas de humedad en las paredes, mesas adherentes y estufas de butano. Ocho lustros de humo, risas y afectos.

Unos minutos después nos volvíamos a sentar en las mismas mesas del mismo rincón donde hace más de media vida nos empezamos a hacer mayores. Con la misma sonrisa vino el camarero/dueño para tomar nota. Es encomiable ver cómo se ha sostenido un negocio de hostelería con cinco referencias de cervezas, tres de vinos y una carta con cuatro platos.

El caso es que dos evocaciones de nuestra juventud después teníamos frente a nosotros una tabla de quesos, otra de patés, una foundue, una ensalada de manzana y sobre todo una representación de lo más popular de la cervecera que contrata a Luis Tosar.

Etiquetado en rojo, verde o apelando a nuestro corazoncito manchego, desfilaron por la mesa Estrella, Voll Damm y Calatrava. Y ahí empezó el desastre.

Con los vicios que tiene el hábito de la cerveza artesana, pedí un vaso (error número 1), me serví la bebida, y antes de llevarla a los labios, subí unos centímetros y metí la nariz (error número 2). Los asistentes, que ya me conocen, aprovecharon para seguir a lo suyo, mientras yo me concentraba, cerraba los ojos y me dejaba llevar por los aromas que emanaban del vaso… siiiiii, sulfuro, vómito de niño y un lejano recuerdo a algo parecido a grano.

La conversación en el resto de la mesa avanzaba y yo me dedicaba a aplicar calor al vaso y ver la evolución de los aromas, a paladear e intentar encontrar un sabor distinto del alcohol o de un amargor basto.

Al final me sacó del trance una amiga que me recordó cuánto nos gustaban estas cervezas antes de tener responsabilidades y de paso que hizo ver que mi militancia en la ortodoxia cervecera me estaba apartando de lo que es realmente importante, compartir tiempo con unos amigos.

Tengo que dejar de tomarme esto en serio, al final sólo es cerveza.







Comentarios